Enseñar a los niños a tener conductas saludables, sobre todo en lo referido a la alimentación y el ejercicio.
Mejorar la autoestima mediante la propia aceptación del cuerpo y el rechazo a los estereotipos poco saludables que establecen los medios.
Evitar presionar a los niños, intentar comprenderlos y conversar con ellos sobre los eventuales problemas que puedan suscitarse. Permitir la independencia del joven, pero con la debida supervisión.
Vigilar a las personas en población de riesgo en cuanto a sus conductas alimenticias, pero sin ejercer control excesivo.
Educarse sobre el metabolismo humano a fin de comprender cuáles son los hábitos alimenticios correctos, y educar también a los niños.
En caso de obesidad, acudir al nutricionista: nunca emprender una dieta sin supervisión médica.
Comer en familia, y hacerlo en lo posible en los horarios establecidos y sin prisas.
No saltear comidas, y no castigar a los niños mediante la prohibición de alimentarse.
Educarse y educar a la familia sobre los trastornos alimentarios, y en caso de que alguien presente síntomas relacionados con un trastorno de este tipo, acudir al especialista.

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